Si decimos que somos parte de Dios, y si Dios es Amor, podemos concluir que nuestra naturaleza es amorosa, el núcleo de nuestra alma es amor. Pero si al mismo tiempo decimos que al venir a experimentar, a ex- sistir en esta realidad, se produce una suerte de olvido, de ignorancia y de desconexión, ya no experimentamos la Unidad del amor, sino que entramos a jugar en las coordenadas de la Dualidad …a esto se refiere “el árbol del bien y el mal”. Aquí todo se reparte en una incesante sucesión de opuestos, todo todo “es” y “no-es” permanentemente. Aparentemente todo está en pugna, todo se debate entre fuerzas contradictorias, todo es conflicto. Nada se puede concebir sino a partir de la contraposición con su opuesto. Y es en este contexto donde tiene lugar los avatares de nuestro ser y hacer en el mundo. Y esto también al interno del hombre, ya que el alma se densifica en diferentes niveles de manifestación, de conciencia entre los cuales también pueden originarse bloqueos, conflictos en el interjuego con el contexto.
Es así donde surge el ego, la personalidad que por un lado es la manifestación del ser en el mundo a través de determinado patrón o estructura de ser, de actuar que le permite su individuación. Pero ese ego se puede desalinear del espíritu, es decir, puede quedar sujeto a instintos y emociones más primarias que provocan el desbalance y desfasaje con las motivaciones más profundas de su alma. Y así el hombre traiciona su esencia y entre otras consecuencias, se enferma.
Que le impide al hombre amar?
El miedo. Es por miedo profundo y condicionado que yace en lo profundo y que le impide acceder al verdadero amor.
Desde pequeños experimentamos distintas frustraciones afectivas que generan corazas o defensas que evitan de ahí en más hacer contacto y el libre fluir de esas energías en nuestras relaciones. Tenemos diversos miedos: a no ser queridos, a ser rechazados, a ser abandonados, a ser incomprendidos. El miedo a no-ser en diferentes expresiones. Y para no volver a tener esos miedos es que evitamos el Sentir profundo y auténtico. Porque de ser así, volveríamos a recordar esas frustraciones, y eso no podemos soportarlo. Es por eso que tantas personas fallan en encontrar el amor, tantas experiencias dolorosas. En realidad es el propio niño-a herido el que necesita recibir amor y confirmación pero no por otro u otra que vengan de afuera, sino por uno mismo. Primero es necesario reconocer esos miedos y/o experiencias traumáticas, hacerlos concientes y aceptar ese dolor, para en una segunda instancia comenzar el proceso de reconciliación y perdón.
Solo cuando el hombre aprende a amarse a sí mismo, puede amar y ser amado realmente. Ya no va a buscar afuera la fuente de aprobación y seguridad, sino que derrochará el amor que brota en su interior, no volviendo a caer en las trampas de la dependencia.
En definitiva, y volviendo a lo que decíamos al principio, se trata de sanar el trauma por esa primera separación, ese primer trauma de nacimiento, que no es otro que la desconexion de Dios, de aquél estado de absoluta perfección y Union con el Todo…volver a descubrir “el Reino de los Cielos” en el corazón.
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